Sean Williams: sin rumbo fijo hacia el aro
La historia está llena de talento desperdiciado. El baloncesto, también. Hay veces en las que la caprichosa naturaleza se encarga de colocar cuerpos superdotados al servicio de cabezas que no lo son tanto, creando figuras a menudo excéntricas que resultan irremediablemente atractivas para el gran público, que en no pocas ocasiones asiste a la “vulgarización” de un jugador que podría tenerlo todo en su mano.
La historia está llena de talento desperdiciado. El baloncesto, también. Hay veces en las que la caprichosa naturaleza se encarga de colocar cuerpos superdotados al servicio de cabezas que no lo son tanto, creando figuras a menudo excéntricas que resultan irremediablemente atractivas para el gran público, que en no pocas ocasiones asiste a la “vulgarización” de un jugador que podría tenerlo todo en su mano.
Afortunadamente, nunca es tarde para ganarse la redención, y ése parece ser el caso que nos ocupa: Sean Williams. Genéticamente creado para la práctica del deporte de la canasta, alberga tras de sí un historia de malas decisiones y problemas extradeportivos que se remonta a su época como jugador del instituto tejano de Mansfield y que complicó sus aspiraciones de cara al pasado draft. La incertidumbre sobre su futuro y lo inédito de sus audiciones para el sorteo universitario, echó atrás a muchos directivos de la liga. El tiempo parece quitarles ahora la razón, pero los antecedentes invitaban, en el mejor de los casos, a la precaución.
El primer capítulo lo encontramos en 2005. En la madrugada del jueves al viernes 21 de mayo, la policía del campus de Boston Collage arrestó a Williams tras recibir el chivatazo de que alguien estaba en el bosque situado junto al Flynn Recreation Complex consagrando su imaginario a la marihuana. Allí le encontró la policía junto a DeJuan Tribble, jugador del equipo de fútbol americano, fumando y consumiendo alcohol, cargos que se vieron agravados por la condición de ambos de menores de 21 años.
Williams, que ya había sido apartado del equipo hasta en dos ocasiones por razones no desveladas, fue puesto en libertad tras reconocer su culpabilidad, fue expulsado durante el primer semestre del curso por la universidad y, por consiguiente, de su programa de baloncesto.
Un programa que, dicho sea de paso, vivía su particular ‘Via Crucis’ con otros casos delictivos en sus filas como los de Akida McLain, Jermaine Watson, Kenny Haley y Mark Bryant, una situación delicada para la que es una de las instituciones universitarias católicas más antiguas de todo el país.
Mientras su entrenador, Al Skinner, se mostraba optimista acerca de su regreso a la disciplina del equipo, Sean Williams continuaba con su carrera académica en la Universidad de Houston (pese a semejante historial, cuenta que la cabeza le funciona bien para los estudios), en el que sería su primera vuelta a casa para tratar de reconducir su rumbo. Pero su presencia en la ciudad tejana no se debió sólo a los vínculos afectivos, sino que iba mucho más allá.
Durante su estancia de 90 días en Houston, asistió al programa de desintoxicación dirigido por el ex NBA John Lucas. Curiosamente, a él han acudido esta temporada los Nets para ayudar a Marcus Williams en su regreso a las canchas tras la lesión que le apartó de los parqués de la liga durante tres meses.
Cumplida la sanción, Sean Williams regresó a la actividad en Boston College con el inicio del segundo semestre. Recibió, además, el aviso de que debería pasar controles periódicos para revisar el consumo de drogas.
Pese a la falta de partidos, este espectacular ala-pívot se convirtió durante el March Madness en una pieza importante para su equipo saliendo desde el banquillo, dejando muestras de su admirable potencial que, sin embargo, no fueron suficientes para evitar la eliminación en el Sweet Sixteen frente a Villanova.
Configurado ya como uno de los jugadores interiores más explosivos del baloncesto universitario, en su temporada junior estaba llamado a ser uno de los atractivos de la pintura colegial gracias al enorme hueco que habría la marcha de Craig Smith a la NBA, pero una vez más, su controvertido comportamiento le jugó una mala pasada.
Tras haber sido suspendido durante los dos primeros partidos de la temporada por violar el reglamento del equipo (tuvo suerte, a su compañero McLain le cayeron nueve), Williams caminaba con paso firme hacia el premio a Jugador Defensivo de Año manteniendo un sensacional promedio de 6 tapones por noche durante sus primeros 15 partidos, que permitían a los “Águilas” marchar primeros de la ACC con un balance inmaculado de 5-0.
Sin embargo, el 17 de enero del pasado año, él y el antes mencionado Akida McLain (que también fue suspendido por comprar con dinero falso la misma semana en la que a Williams le habían ‘cazado’ porro en mano) fueron expulsados de forma definitiva del programa deportivo de Boston Collage.
Pasadas las horas, los medios de comunicación apuntaron hacia la más que posible causa de su expulsión: al parecer, había dado positivo durante uno de aquellos controles anti-droga que la universidad le había obligado a pasar.
Reducidas a la mínima expresión sus posibilidades de continuar con su carrera universitaria, Sean Williams decidió prepararse durante los seis meses que restaban para el draft con John Lucas. De nuevo en Houston, de nuevo en casa para refugiarse de la tormenta y prepararse para su “resurrección” deportiva.
Su salida del circuito colegial, no obstante, no trajo consigo el fin de los escándalos. O, mejor dicho, de las situaciones disparatadas. Continuando con lo que se había dedicado a hacer durante los tres años anteriores, Williams llevó a cabo una política pre-draft cuanto menos desacertada: se negó de entrada a participar en entrenamientos para las franquicias y borró su nombre del Orlando Pre-Draft Camp, que hubiera sido una oportunidad inmejorable para volver a dejarse ver en acción después de medio año alejado de las canchas.
En una iniciativa pintoresca como pocas, era él quien invitaba a los ‘scouts’ de las franquicias a visitarle a Houston para presentar uno de sus entrenamientos en el Fox Gymnasium de la Universidad de Rice, donde se ejercitaba junto al pívot rumano Ionut Dragusín y, cómo no, bajo las órdenes de su inseparable John Lucas. Sólo New Jersey, New York, Charlotte y su Houston natal manifestaron su interés por, esta vez sí, tenerle en sus entrenamientos privados.
Parece imposible dinamitar con semejante denuedo el comienzo de su carrera profesional. A pesar de que proclamaba a los cuatro vientos haber aprendido de los errores del pasado, eran demasiados los que había cometido hasta entonces… y los que seguía cometiendo. No sólo los ‘scouts’, sino también algunos directivos de la liga (entre ellos Danny Ainge), dejaban ver sus reticencias acerca de seleccionar como primera ronda a un jugador con un historial tan conflictivo.
Por fin llegó el día del draft (contó como agente con Charles Grantham, cabeza visible de la Asociación de Jugadores de la NBA durante finales de los ’80 y principios de los 90’), y esta vez no hubo sorpresas. Tras recibir en los días anteriores sucesivos halagos por parte de Rod Thorn, que lo definió como “la presencia defensiva que necesitaba el equipo”, los New Jersey Nets eligieron a Sean Williams con el número 17.
Después de todo, parece que cayó en el equipo perfecto y, lo que es más importante, junto al base perfecto. Williams pasará desde esta temporada a formar parte de la interminable prole de interiores que se vieron beneficiados del don de Mr. Triple Double para conectar con la pintura. Pese a su escasez de aptitudes ofensivas, aúna la movilidad, la explosividad y la capacidad atlética para sembrar el pánico en las zonas rivales gracias al surtidor que pone a su disposición el dorsal número 5.
En defensa, su gran actitud (en ocasiones peca de exceso de motivación) ha logrado desplazar de una vez por todas a Jason Collins, que permanecía impasible en el quinteto titular dada la falta de un interior defensivo de garantías. Su interminable envergadura y su descomunal capacidad de salto le configurar como un extraordinario intimidador. Sin embargo, es precisamente el ardor con que acude al tapón uno de sus principales problemas, al que es preciso sumar los errores de colocación en el rebote.
Y es que, a pesar de gozar de un físico privilegiado, aún no ha aprendido a utilizar sus prestaciones.
Como en la vida, deberá aprender a utilizar la cabeza en cada una de sus acciones si no quiere volver a cometer los mismos errores.
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