Primer día que despertamos en El Cairo. La noche ha sido más relajada y aunque seguimos madrugando, los cuerpos se han recuperado. La cama del hotel es tan cómoda que cuesta despegarse de ella, pero el desayuno nos llama y además el día que tenemos por delante es bastante apasionante.
Después de dar cuenta de un suculento buffet, cogemos el autobús dirección a la mezquita de alabastro, primera parada del día. Gracias a que El Cairo es tan grande, el viaje en bus nos da la posibilidad de ver muchas partes de la capital que de otra manera nos serían imposibles ver por el escaso tiempo que disponemos. Llegamos a la Cuidadela de Saladino donde se encuentra la mezquita e impresiona su halo místico y su espacio, corrompido por supuesto por la marea de turistas que despojan de espiritualidad un lugar tan sumamente religioso.
Segunda parada del día, el mercado de Khan el-Khalili, el centro neurálgico de las compras para turistas en Egipto. Impresiona ver las calles llenas de tiendas en las que todos te dicen que entres a la suya porque tienen lo mejor y más barato; "Vamos Pantoja, vamos Shakira, entre, que no agobio". En fin, pues sí, agobiar, agobian, y mucho además. Lo que pasa es que estábamos en nuestra salsa y la visita fue demasiado corta puesto que teníamos la última parada del día. El museo Egipcio.
Fueron dos horas con Rafa en las que las explicaciones fueron claras, concisas y amenas. Vimos lo más importante del museo y sino llega a ser por la barbaridad que cobraban por ver las momias, Eki y yo habríamos ido a echar un vistazo. El tesoro de Tutankamon nos dejó impresionados gratamente, pero a medida que pasaba el tiempo, la gente notaba las piernas cansadas y las explicaciones se empezaban a hacer largas. Acabamos la visita bastante agotados y llegaba el momento de la despedida con Rafa, abrazos, besos y cada uno a lo suyo. Nosotros, aventurados como pocos, nos decidimos a probar suerte por El Cairo para comer y cuando veíamos que no estábamos en nuestro hábitat y que lo mejor iba a ser una retirada a tiempo, conocimos el restaurante "Le Grillon". Bueno, pues entramos ¿ no?.
Bueno, deciros que la experiencia fue positiva, el camarero, muy majo, hablaba en inglés y la comida era más que comible. Eso sí, el palo que nos dieron en la cuenta fue mayúsculo, solo les faltó cobrarnos por respirar y sentarnos. En fin, cosas del turismo. Después la segunda aventura del día. Coger un taxi. No por el echo de cogerlo, que es sencillo. Tampoco por el echo de negociar con él el precio ni hacerte entender para decirle qué hotel era el nuestro. No. La aventura empieza cuando entrás al taxi y te metes de lleno en el tráfico de la capital. ¡ Qué locura! ¡ qué extasis! pero cómo podrán conducir así. Con bocinazos, pasando de un carril a otro sin previo aviso, sin semáforos, sin señales... en fin, vivirlo para contarlo. Estoy seguro que cualquier occidental que coja el coche en El Cairo no sale vivo.
Llegamos al hotel y es tiempo de relax, el día ha sido duro y tenemos ganas de descansar. Por no tener, no tenemos ni hambre. Damos una vuelta por el hotel para que Eki lo viera y luego nos enclaustramos en la habitación. El sueño nos llegó solo, seguimos arrastrando lo de días anteriores y caemos como mosquitas en los brazos de Morfeo. Nos queda el domingo por delante, pero eso es otra historia...
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