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lunes, 30 de julio de 2012

Y llegó el crucero...

Era el plato fuerte de las vacaciones, sabíamos que iba a ser cansado porque era un recorrido exigente, con sitios muy bonitos de visitar y para patear constantemente. Además eran unas vacaciones distintas, íbamos 2 parejas y eso lo hacía un punto más divertido si cabe.

Primero tocó Venecia, luego Dubrovnik, Corfú, Katakolon y las famosas islas griegas de Santorini y Mykonos, para finalmente llegar a Atenas el último día, cansados, acalorados y porqué no, con ganas de llegar a casa después de una semana exigente en todos los sentidos.

Venecia nos cautivó, los canales, el colorido, la gente, las calles estrechas... una ciudad muy recomendable y cara, pero que merece la pena visitar sin duda alguna, decidimos no montar en góndola porque piden un potosí, pero el negocio funciona, eso está claro. A Dubrovnik llegamos el segundo día, le llaman la perla del Adriático, aunque yo le llamaría la llama del Adriático. Un calor que jamás en mi vida había pasado en una ciudad preciosa, amurallada, nueva y turística a más no poder. Nos faltó recorrernos las murallas y subir al teleférico, pero todo no se puede, y menos con un calor tan asfixiante que te hace pensar más en beber que en andar.
Después llegamos a Corfú. Decepcionante, muy turístico, pero nada visible. Una ciudad vieja, que destaca por tener muchas tiendas de souvenirs, restaurantes y poco más. Dicen que su encanto está en las playas y en el palacio que visitaba Sisí en los veranos, pero para lo primero no daba tiempo, y lo segundo, nos pilló a desmano. De nuevo mucho calor, eso si, comimos un yogur griego que quitaba el hipo. Por lo demás, poco que destacar.

Cuarto día, atracamos en Katakolon. Esta ciudad no tiene nada, por eso es necesario, si uno no se queda en el barco claro, contratar excursión para ir a visitar Olimpia, la cuna de los Juegos Olímpicos, donde se celebraron las Olimpiadas durante muchísimos años en la antigüedad hasta que el Barón Coubertain las volvió a recuperar allá por 1898. Otro día de calor, visita de museo, ruinas y el estadio donde se competía, con capacidad para 35.000 personas y que es una verdadera caldera. Todavía no me explico como pudieron celebrar la competición de lanzamiento de peso en los Juegos de Atenas 2004 en ese estadio, debió ser un calvario para los atletas.
Un día más tarde llegamos a Santorini. Isla volcánica y turística, hecha a medida para visitarla. Cogimos un catamarán con destino a Oia y estuvimos de visita por esta maravillosa y vistosa ciudad. Luego a Fira, la capital, para acabar bajando en el teleférico rumbo a puerto de nuevo. Me quedo con las casas blancas con tejados azules, esos patios con piscinas al borde del mar y ese gentío turista que puebla las calles. No visitamos las playas, pero es que a todo no da tiempo.

Al día siguiente Mykonos. Una especia de copia de Santorini, quizás algo más pequeña, por eso después de visitar la pequeña Venecia y callejear un poco por Mykonos, fuimos a la playa a relajarnos un poco, merecido descanso después de seis días de tralla contínua.

Y por último visita a Atenas. Cuna de la democracia, pero que por la crisis se encuentra bastante estancada en su desarrollo. Como dato deciros que a las 9.30 de la mañana ya había 36 grados y que la subida a la Acrópolis fue un infierno de calor, gente, humedad y sudor. Menos mal que las vistas son lo suficientemente buenas como para olvidar lo pasado. El Partenón, los templos y la perspectiva de Atenas desde la colina son suficiente motivo como para subir, pero por desgracia el cuerpo nos pedía parar y la visita al barrio de Plaka se convirtió más en un sufrimiento que en un goce. Aún así callejeamos un poco y visitamos una parte de la Atenas nueva, el Estadio Olímpico y sus monumentos más representativos.

 De ahí al aeropuerto, vuelo adelantado ( aleluya !!! ) y después de un pequeño caos aeroportuario viaje de vuelta de más de 3 horas hacia casa, dejando atrás nuestro querido barco Zenith, su tripulación, los buffets, espectáculos, bares y sobre todo el Todo incluído bien aprovechado. La vuelta a casa es irremediable, confortable y nos sirve para surtirnos de recuerdos pasados y empezar a pensar en nuevos destinos y sueños.


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