Tocaba desconectar un poco del mundo y por eso decidimos aprovechar 4 días para irnos a Seseña a visitar a mis primos y tíos. Se agradece tener días libres y poder hacer cosas para poder salir del entorno que tan agobiados nos tiene durante todo el año.
Así que rumbo a Seseña, con sol, calor y ganas de disfrutar. La verdad es que son días en los que estás out del mundo. Te envuelves en una atmósfera de tranquilidad, sosiego, risas y buen rollo que da gusto, por eso cuando te toca volver se hace siempre tan duro. Además ver a los niños da una alegría inmensa, se juntan Iker, Sara y los otros dos piezas, Mikel y Sergio y parece que vuelves a disfrutar de la infancia junto a ellos. Cojo en brazos a Sara y no quiero soltarla. Me transmite una paz y una tranquilidad que me relaja por completo. Disfruto con ella, con su olor de bebé y sus ganas de aprender y hacer cosas nuevas.
Luego está Iker, ya con tres años pasados sabe de qué va el tema. Se ha soltado a hablar y se le ve mucho más dicharachero que de costumbre. Quiere jugar con mayores, hacerse grande cuando todavía es un enano. Jugar con Sara, jugar contigo, comer a tu lado y todo desde ese punto infantil que otorgan los 3 años. Te cuenta las cosas con una expresividad absoluta, con tanta devoción que te lo tienes que creer sí o sí.
Luego llega el momento de irse y te aferras a los recuerdos y a las ganas de volver. Los días pasan volando y te toca volver a la rutina, al trabajo diario, a las largas tardes en el hotel en los que miras las fotos de los niños y sólo con ellas y una sonrisa suya te alegra el día y lo consigues hacer más ameno. No pasa nada, en menos de un mes volvemos...
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